Es majestuoso, con un anchísimo tronco y una potente copa en forma de candelabro que te abraza con sus imponentes ramas mientras te cobija con su sombra. Se trata del árbol más antiguo de Madrid y fue plantado en el año 1630, cuando el rey Felipe IV, el Grande, mandó a construir un palacio para su descanso al que llamó: El Real Sitio del Buen Retiro. El espectacular palacio tenía más de veinte edificaciones, dos amplias plazas abiertas y un jardín privado de 120 hectáreas, que hoy conocemos como El Parque del Retiro.
El árbol, un ciprés autóctono de México, fue traído desde la Nueva España en el siglo XVII, época en la que todos éramos españoles. El magnífico ciprés fue testigo de tiempos gloriosos. En frente de donde asentaron sus raíces estaba el Real Coliseo, un edificio ideado para la diversión de las cortes de Europa. Por allí pasaron los grandes del Siglo de Oro español: Lope de Vega, Calderón de la Barca, Luis de Alarcón. El rey era inteligente y culto; y además de aficionado al teatro, era conocida su debilidad por las mujeres. Tuvo dos esposas y con ellas quince hijos, pero los historiadores aseguran que fuera de matrimonio pudo tener treinta hijos más.
El árbol, también conocido como Ahuehuete, siguió creciendo y vio en 1655 subir al trono al rey Carlos II, el último de los Austria. Justo frente al extraordinario árbol y en homenaje a los dos matrimonios de este monarca, sigue en pie una gran puerta de estilo barroco, muy hermosa y labrada en piedra, que hoy adorna una de las entradas al Parque. Cuando el rey murió en Madrid tenía cuarenta años, no había podido tener hijos y su testamento provocó la Guerra de Sucesión. Era el año 1700 y el conflicto dio paso a una nueva dinastía que reemplazó a los Austria en la monarquía de España, la de los Borbones, y su primer rey fue Felipe V.
Desde su privilegiada posición en el jardín, el ciprés fue espectador de una nueva etapa de realce en El Real Sitio del Buen Retiro, cuando los monarcas trasladaron hasta allí su residencia oficial, después de que un misterioso incendio destruyera el Alcázar, pasada la medianoche del 24 de diciembre de 1734. Los Borbones implantaron el gusto por los diseños franceses e italianos y la Corte se llenó de arquitectos, escultores y pintores especialmente dedicados a ambientar sus residencias. Vinieron años de auge, lujos y extravagancias. Por ejemplo, desde ese jardín ascendió por primera vez en España un globo aerostático.
Ante el ciprés Felipe V corrió gritando que el sol le quería asesinar, en uno de los días en que lo aquejaba su trastorno bipolar. Bajo su sombra se recogió el desconsuelo por la muerte del joven rey Luis I, víctima de viruela, quien solo reinó ocho meses. También habrá sentido el rígido protocolo de la corte borbónica que impedía el contacto directo de los reyes con sus hijos, llegando incluso a tener que comunicarse por cartas las cuales eran escritas en francés. A pesar de todo, fueron treinta años de esplendor en el Buen Retiro, hasta que en 1764 el rey Carlos III inauguró el nuevo Palacio Real y la corte se mudó al magnífico palacio en la Plaza de Oriente, antiguo asentamiento del chamuscado Alcázar.
Los peores días para El Buen Retiro llegaron en 1808 durante la ocupación francesa y la consecuente Guerra de la Independencia. Napoleón estableció su cuartel general en el antiguo palacio. Numerosos edificios fueron demolidos o convertidos en arsenales, se crearon recintos fortificados, los jardines fueron excavados y los árboles talados para convertirlo en zona de maniobras militares. Cuando la guerra acabó el lugar había sido arrasado.
A pesar de todo el Ahuehuete sobrevivió gracias a que su particular tronco sirvió de apoyo y ocultamiento para las piezas de artillería. Con la llegada del rey Fernando VII y la restauración borbónica en 1813, los jardines fueron replantados y poco a poco el espacio fue recuperando su belleza. Pero los días de esplendorosas fiestas y barroca opulencia habían quedado atrás. La mayoría de los edificios que componían el complejo palaciego estaban tan deteriorados que tuvieron que ser derrumbados. Los tiempos convulsos no habían terminado. En 1868 la Revolución Gloriosa acabó con el reinado de Isabel II, la reina de los Tristes Destinos, quien fue destronada y exiliada. En ese trance, el jardín pasó a manos del Ayuntamiento de Madrid y abrió sus puertas al público. El magnífico ciprés mexicano que cobijó a monarcas, recibió las penas de las nobles damas y soportó los cañones del invasor, abrió sus brazos a todos los españoles.
Han transcurrido 388 años desde que el ciprés de Nueva España fue sembrado. Allí está y no pasa inadvertido para quienes visitan hoy El Parque del Retiro. Ahora mide más de veinticinco metros de alto y ha sido cercado para protegerle. Si el viejo árbol pudiera hablar… Quién sabe cuantas cosas contaría. Si quieres visitarlo entra al parque a través de la puerta de Felipe IV, ubicada en la calle Alfonso XII. El ciprés está justo frente al Casón del Buen Retiro, el antiguo salón de baile del palacio, sigue allí custodiando la historia y de seguro, si te acercas suficiente podrás escuchar en el murmullo de sus ramas, el batir del alma de España.
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