Las redes sociales llegaron sin instrucciones y poco a poco cada uno de nosotros entró en ese mundo inventando sus propias reglas. Para muchos es una fuente de información -que a veces se equivoca-, para otros es una forma de estar en contacto con sus familiares, amigos y conocidos. También hay quienes han encontrado en ellas una excelente fórmula de desahogo que les permite opinar, quejarse y gritar al mundo lo que les gusta y especialmente lo que les molesta. Incluso algunos han adquirido una especie de súper poderes que les permite publicar en sus cuentas lo que jamás se atreverían a decirle de frente.
Hay teorías que defienden lo que estamos viviendo argumentando que se trata de la verdadera libertad de expresión. Otros están preocupados por el ambiente de confrontación permanente que satura la red. Incluso en la Unión Europea están trabajando para endurecer leyes que obliguen a compañías como Facebook, Twitter, YouTube o Google a filtrar y eliminar el discurso de odio en sus servicios.
Soy de la opinión todos somos parte del problema y también de la solución, pero mientras lleguemos a eso el sistema se irá depurando a medida que el mundo digital siga cobrando sus víctimas. El caso de la exitosa serie de televisión estadounidense, Roseanne, es contundente. La cadena ABC decidió cancelarla luego que su protagonista Roseanne Barr, quien ganaba 250 mil dólares por episodio, tuiteara un comentario racista sobre la antigua asesora de Barack Obama, Valerie Jarrett. Roseanne borró el tuit, se disculpó, se mostró arrepentida y hasta encontró excusas; pero no le sirvió de nada pues el daño ya estaba hecho.
Como el caso de Roseanne hay muchos otros a quienes les ha costado caro un mensaje, una foto o un video fuera de lugar y sin necesidad de ser famoso, ni tener miles de seguidores. Hay registrados decenas de casos de quienes han perdido su trabajo por su manejo irresponsable en las redes sociales y ni que decir de aquellos que no han sido contratados para el trabajo que esperaban porque su actividad en las redes encendió las alarmas.
Habrá quienes dirán que la dimensión digital es parte de la vida privada y no debería acompañar la hoja de vida; pero nos guste o no, hoy en día son una carta de presentación que nos acompaña en cada paso que damos. Los expertos incluso son capaces de establecer un perfil psicológico analizando únicamente las publicaciones de una persona.
Como usuarios de las redes sociales nos toca actuar rechazando, no compartiendo y denunciando los discursos de odio, el acoso y las fuentes que generan las “fake news”. Al momento de escribir toma en cuenta el viejo dicho: “No prometas cuando estás feliz, no respondas cuando estás enojado y no tomes decisiones cuando estas triste”, recuerda que a las palabras ya no se las lleva el viento.
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